Hoy hace dos semanas que llegué a Wonju. Ejem, sí, dos semanas. No, no se me han pasado rápido, pero han pasado, las he tachado en el calendario. Ya sólo quedan 142 días, 12 horas y 57 minutos para mi primer viaje a Zaragoza.
Necesito pañuelos, sin falta. En Corea se moquea todo el rato, continuamente. Si no estoy moqueando por el frío que paso, lo hago por el picante de la comida y si no, es porque lloro amargamente mientras rasco el hielo del parabrisas de mi coche. Vale, no, no lloro, esto no es verdad, pero tanto moco necesitaba un toque dramático.
El tema del frío ha sido mi tema de conversación estrella estos primeros días; le he contado que paso frío a todo el que me ha querido oír. Y al que no también. Es que es muy surrealista, a mí esto me lo cuentan y no me lo creo. Habría sido una de esas historias por las que hubiera pensado “ya, y eso sin exagerar”; ¡pero es que no exagero nada!
Y paso porque por primera vez en mi vida haya visto 23 grados bajo cero en un termómetro, no me quejo por no subir de 5 grados bajo cero en varios días ni porque en la doble ventana de mi habitación haya hielos perpetuos (todo verídico). Asumo que en LA CALLE puedo pasar frío. Lo que sí me parece una broma es que en Corea sea legal hacer trabajar a la gente sentada en sus escritorios a 14 grados. El concepto TRABAJAR A 14 GRADOS, me explota la cabeza cada vez que lo pienso. Y no son 14 grados genéricos, sino comprobados en el termómetro de la oficina. Parece calorcito, si los comparas con los 20 bajo cero de fuera, ¿no? Pues no, es muy horrible. Oye, y la gente tan normal. Trabajando con el abrigo puesto y bebiendo todos agua caliente como si no hubiera un mañana, pero tan normal.
¿La razón? No, no puede ser la eficiencia energética porque trabajo en un edificio donde todas las paredes externas son de cristal. Así, la razón sigue siendo un misterio para mí. No creo que mi raciocinio me dé para entenderlo aunque me lo expliquen muy despacito. Pero hay que investigarlo, porque algo tiene que haber para que esta gente no se haya rebelado ya. ¡Chalaos!
Sobre el picante, bueno, el picante de la comida me llevó a una de las mejores conversaciones que he tenido últimamente con mis amigas del colegio, ¡y es que todo pasa por algo! La conversación derivó en las siguientes preguntas: ¿el culo pica al expulsar el bolo fecal que previamente ha sido comida picante? Parece ser que SÍ (o dios mío). ¿Y de qué forma pica? Pues según fuentes a las que doy crédito (básicamente una amiga con una licenciatura muy jodida y una oposición aprobadas, nada que ver con la caca pero es muy lista y me fío), pica igual que la boca. IGUAL QUE LA BOCA. No me lo quiero ni imaginar.
Me han explicado que en general la comida roja pica así que todo lo que veo rojo, intento comer poco para irme acostumbrando; irnos acostumbrando mi culito y yo. Si me pasa os lo cuento, que esto del blog ya me está volviendo una exhibicionista.
¡Vaya! Qué escatológico y dramático todo, ¿no? Supongo que después de estas dos primeras semanas en Corea estoy regresando a los básicos, a lo que es fundamental en esta vida: no pasar frío y comer bien.
¿A que ahora apetece todavía más venir a visitarme? Lo sé.